La miro fascinada revolotear a mi alrededor mientras me corta el pelo. Parece muy joven, evidentemente lo es. Difícilmente alcanza los veintitrés. Aunque quizá me equivoque, la mayoría intenta ahora verse de catorce. Lleva pantalón negro, polera de manga corta, negra, sin mangas y un poco común sombrero español. También negro. En los brazos aparecen como en un collage caras, flores y sobre el codo izquierdo una telaraña. Completa el atuendo un piercing en la nariz.
La chica, al contrario de la mayoría de las peluqueras que me ha tocado sufrir, no habla mucho. Trabaja en silencio, parece muy concentrada, de vez en cuando pregunta lo indispensable (¿cuánto cortar? ¿Está bien así?) o simplemente asiente, de acuerdo. No discute, no argumenta. No critica ni me da falsos cumplidos sobre mi pelo. De vez en cuando la observo unos segundos por el espejo. Lleva el cabello, de un delicado color rubio ceniza, cortado a nivel de las orejas y cae en suaves ondas con esmerada naturalidad bajo el sombrero, intentando una apariencia casual. No hay duda de que lo cuida bien. El cabello la complementa, la chica es bella, no solo por ser joven, es realmente bella, con facciones armoniosas. El maquillaje es delicado, sin exageraciones. También tiene algo en si de saludable, robusto. Nada de prendas apretadas. El pantalón, un jean, negro, de corte ancho que ajusta a la cintura con un grueso cinturón, insinúa su figura bien proporcionada. No es delgada, pero tampoco es gorda. Admiro la seguridad que irradia mientras me va cortando el pelo sin tirones. Profesionalmente.
Ajusta, alisa, seca, retoca. Como toque final me empapa con unos cuantos productos perfumados que jamás se me habría ocurrido usar y cinco horas después terminarán dándome náuseas. Pero mi pelo luce ahora perfectamente cortado y cae liso sobre mis hombros, por una vez brillante, suave y dócil.
La chica es buena vendedora. Antes de irme me pone por delante una serie de frascos: champú, bálsamo, un corrector de color para darle un tono ceniza al pelo y también una especie de elixir milagroso que da brillo y reemplaza las curas que exigen un tiempo que nunca tengo. Elijo solo el último. No da muestras de decepción. Nuevamente está de acuerdo conmigo, ella -dice- elegiría lo mismo…
Cancelo también sin hacer escándalo por la cuenta que resulta una buena cantidad de coronas extras sobre el precio acordado.
Al salir a la calle me siento como si me hubiese quitado un par de kilos. Mi pelo cae libre, con movimiento. Valia la pena, pienso. Y me siento casi bella.